En un momento de lucidez, dentro de su soledad y confinamiento eterno, Juana analiza los acontecimientos.
Habla con ella misma, con su hija Catalina, la última que le arrebataron de sus brazos, con los dioses, y también con el pasado.
Los fantasmas de los que le pusieron en el centro de la diana aparecen como si de un hechizo se tratara.
Una obra en la que una sola actriz basta para darle voz a uno de los acontecimientos más injusto de la Historia de España.